Por Alberto David Leiva
María Tapié nació el 29 de mayo de 1852. Era hija de Marcelo Tapié, de origen francés, y de María Escudero, argentina y de la familia del patriota Juan José Paso, radicado en San José de Flores. Hizo sus primeras letras en San Fernando, en un colegio particular para niñas , situado en lo alto de la barranca de la calle Constitución e Ituzaingó, sostenido por Petrona Villegas de Cordero, generosa dama cuyo nombre hoy lleva el Hospital Interzonal General de Agudos de San Fernando.
Desde muy joven, María se dedicó a la docencia. Comenzó a dar clases particulares cuando contaba unos 14 años.
El historiador Héctor Adolfo Cordero escribió en su libro La educación en San Fernando que , aunque terminó todos los estudios correspondientes al magisterio, no obtuvo el título de maestra, porque no viajó a la Capital para rendir los exámenes finales ante las autoridades nacionales.
Tiempo después, instaló su propia escuela en una habitación de la casa en la cual vivía con su madre y temporariamente con su hermano, ubicada en la esquina Noroeste de la calle Constitución y Rivadavia. Comenzó así una larga carrera que se prolongó hasta muy avanzada edad.
En las últimas décadas del siglo XIX, después de un largo período de luchas internas, el país recibió una gran inmigración, que contribuyó -en Buenos Aires, en el litoral y en la región pampeana- al desarrollo de la economía de servicios y a una incipiente actividad industrial muy favorable para la economía; pero, para los educadores, trajo además la preocupación por superar el analfabetismo inmigratorio, que vino a sumarse a la preocupación por superar el analfabetismo gaucho.
En la joven República Argentina, orientada a lo que se ha llamado con acierto “el irresistible ingreso en la lectura de toda la sociedad”; las tres últimas décadas del siglo XIX fueron ricas en acontecimientos vinculados a la alfabetización.
En 1870 se sancionó la ley 419 de creación de bibliotecas populares, y ese mismo año Sarmiento fundó la Escuela Normal de Paraná. En 1875, el gobernador Carlos Casares promulgó la Ley de educación primaria en Buenos Aires, que consiguió colocar definitivamente a la Provincia al frente de la educación nacional; en 1882, en medio de grandes discusiones, se llevó a cabo el Congreso Pedagógico y en 1884 comenzó su larga vida la Ley 1420 de Educación Común.
La señorita Tapié fundó su escuela precisamente durante el último año de la presidencia de Sarmiento, en 1873; en una época en que el pueblo de San Fernando experimentaba importantes transformaciones. Ese mismo año se comenzaba a construir el edificio de la Municipalidad y pocos meses después, en Febrero de 1874, iniciaba también su actividad la Biblioteca y Museo Popular que hoy lleva el nombre de su fundador D. Juan Nepomuceno Madero.
María Tapié -recuerda su ex alumno Horacio Ambrosoni- era admiradora sin límites de Sarmiento, inculcó ese sentimiento a sus alumnos, a quienes contaba su emoción cuando viviendo transitoriamente en Asunción del Paraguay, presenció y acompañó el cortejo fúnebre de ese ilustre hombre argentino hasta el buque que trajo sus restos a la Patria. No dudo -dice Ambrosoni- de su influencia en la admiración de mi padre por Sarmiento y agrega más adelante que Vivía intensamente su fe patriótica y, ya mayor, seguía desfilando, orgullosa con su guardapolvo blanco, al frente de sus alumnos en los desfiles escolares de las fiestas patrias.
El aula que instaló desde 1873, fue legalmente considerada “escuela particular” categoría que incluía un grupo heterogéneo de instituciones, cuyo único elemento en común era no ser administradas por el Estado. En todo lo demás eran diferentes, porque respondían a las necesidades de una población muy diversa producto la gran inmigración. Podían ser escuelas laicas o religiosas; gratuitas o pagas, para pupilos o de día; de varones, de niñas o mixtas. Algunas eran grandes instituciones que albergaban a un centenar de alumnos o más, otras una docena de niños, o quizás todavía menos. Podían estar en manos de extranjeros o nativos, individuos o de congregaciones religiosas o asociaciones voluntarias. Algunas ocupaban grandes edificios y otras -como en el caso de la escuela Tapié- funcionaban simplemente en viviendas familiares o en la casa paterna, siempre que la enseñanza impartida no fuera inferior a la que daba el Estado
En medio del aluvión inmigratorio, se fueron configurando una serie de prescripciones relativas al funcionamiento de las escuelas. El dictado de las clases podía darse en simultáneo a grupos de diversas edades o los alumnos podían estar divididos diferentes en grupos también por edades. Los “maestros”, fueran hombres o mujeres, podían ser docentes titulados, egresados universitarios, sacerdotes, monjas o personas con nociones elementales de lectura, escritura y aritmética.
En esta categoría de escuela, el alumnado podía provenir tanto de los sectores socioeconómicos más altos, como los más modestos, y los ingresos provenían principalmente de aranceles escolares y subvenciones estatales, y ocasionalmente de donaciones y rentas.
A partir de 1884, la demanda de escuelas aumentó mucho más allá de lo que las instituciones públicas podían satisfacer y por lo tanto, también crecieron las escuelas privadas. La expansión de la escuela pública no las afectó, porque la inmigración masiva hizo que la población aumentara rápidamente, al punto de que con frecuencia los inspectores escolares manifestaban la gran dificultad que tenían para localizar las escuelas particulares, especialmente las más pequeñas, que por lo general funcionaban en casas de familia con pocos alumnos.
Las escuelas particulares no estaban facultadas para otorgar certificados oficiales. Para conseguirlo, los niños debían rendir examen como alumnos libres en las escuelas públicas.
La intervención del estado avanzaba sin pausa, tanto en el orden nacional como provincial, fomentando la creación de un ambiente propicio a la educación oficial En el orden nacional, a partir de 1908, todos los directores y maestros de escuelas primarias particulares debían poseer título habilitante para ejercer la enseñanza. Quienes no tuvieran un título, como en el caso de la señorita Tapié, debían rendir un examen mínimo de instrucción general (equivalente a los seis grados de la escuela primaria) y pedagógico para obtener un certificado de aptitud, y para dictar Geografía, Historia Argentina e Instrucción Cívica había que ser ciudadano argentino. Para enseñar el idioma nacional había que ser argentino, provenir de un país de habla española o acreditar conocimiento práctico del idioma, todas condiciones que la maestra sanfernandina reunía muy sobradamente, aunque según expresó Héctor Adolfo Cordero, que ya hemos citado, la maestra de San Fernando nunca viajó a la ciudad de Buenos Aires para dar el examen.
Los textos y métodos didácticos
En el aula de la maestra Tapié cabía generalmente un promedio de treinta niños, aunque en algunos años la cantidad alcanzó casi a cincuenta. Aunque compartían el mismo espacio y en un mismo horario los alumnos de primero a sexto grado; todos aprendían sin dificultades, y todavía se las ingeniaba para atender a su madre anciana, preparar la comida y hasta jugar con un inefable loro parlante, de origen paraguayo, recuerdo de los días pasados en Asunción.
Además de la currícula obligatoria, los niños aprendían en su escuela a saludar, a estar con otros, a hablar y a callar; en una palabra, a comportarse, como parte de una socialización basada en las reglas de civilidad y moralidad cumplidas por las generaciones que hicieron respetable y respetada a nuestra patria.
Recuerda Horacio Ambrosoni que la maestra “Usaba mucho el pizarrón, pero también hacía escribir mucho a los alumnos en su pupitre, recorriendo los pasillos y acercándose a ellos para aclararles los distintos temas y facilitar el aprendizaje.
Una fotografía tomada el 6 de octubre de 1907, la muestra al frente de su querida aula, a los 55 años,cuando se celebraba el 34 aniversario de su escuela.
Hasta fines del siglo XIX seguían conspirando contra las escuelas particulares el reducido número de maestros argentinos, la escasez de libros de lectura de origen nacional y la falta de implementación de métodos de aprendizaje atractivos.
Todavía no tenemos datos sobre las lecturas utilizadas por María Tapié cuando se lanzó a manejar su propia escuela. Lo que sí sabemos es que los libros de su infancia como la Anagnosia de Marcos Sastre ya habían perdido vigencia pedagógica. Así que, sin duda, comenzó a usar otros libros más modernos, más manuables, escritos en Argentina y que comenzaban a ajustarse al principio de gradualidad.
A partir de 1895 apareció el primer el libro de lectura moderno; una obra entrañable, que dejó de publicarse en 1959 después de alcanzar nada menos que 120 reimpresiones. Me refiero a El Nene de Andrés Ferreyra. Con la aparición de El Nene nació una nueva generación de libros de lectura y con él un nuevo modo de encararla en la clase: La maestra desde el frente realizaba la lectura “modelo”, replicada por la lectura “coral”, y después seguía la lectura individual también en alta voz, mientras el resto del grupo realizaba el seguimiento con lectura silenciosa. Vale la pena distraer un minuto para evocar la escena: el alumno tomaba el libro en el medio abajo con la mano izquierda, mientras la mano derecha se colocaba en la punta derecha superior preparada para voltear la hoja. Se interrumpía la lectura en las comas: un monitor contaba “uno” al llegar a la coma, “dos” en el punto y coma, y “tres” en el punto. Al llegar al punto aparte se debía pausar y levantar la vista, adelantando la lectura visual del párrafo antes de llegar al punto, para mirar al auditorio “como si no estuviera leyendo”. El lector debía esforzarse por mantener el volumen de voz hasta pronunciar la última sílaba, procurando que lo escuchara el último alumno de la clase.
Para enseñar historia pudo acceder en primer término al Compendio de la historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata desde su descubrimiento hasta el año 1874, escrito por la destacada educadora Juana Paula Manso, luego pudo utilizar el Compendio de la Historia Argentina, publicado en 1885 por el historiador oriental Clemente Leoncio Fregeiro. Pocos años después estos dos libros fueron desplazados por la obra de aquel profesor de matemática y contabilidad , que nació durante la guerra del Paraguay en la ciudad correntina de Mercedes, y que publicó por primera vez en 1893 sus Nociones de Historia Argentina; texto por el que se ha calculado que estudiaron historia un millón de niños argentinos; y que se llamó Alfredo Bartolomé Grosso.
Alfredo Bartolomé Grosso (18 agosto 1867-7-marzo-2018)
Seguramente utilizó también el libro Geografía elemental dispuesta para los niños , Obra adaptada al uso de las escuelas de América publicada por Asa Smith en 1879, hasta que apareció en 1903 la Geografía elemental de la educadora argentina Elina González Acha de Correa Morales (1862-1942).
Aunque no lo sabemos a ciencia cierta, podemos también inferir que en algún momento nuestra educadora recurrió a la Aritmética práctica que publicó en 1892 el matemático argentino Vicente Balbín, doctor en ciencias exactas y presidente, en 1888, de la Sociedad Científica Argentina.
Una mirada sobre los alumnos
La escuela recibía niños de ambos sexos, entre seis y catorce años de edad y todos los días la maestra consignaba prolijamente su asistencia.
Quiso la suerte que llegaran a mis manos dos libros de registros de asistencia, religiosamente guardados por Darío L. Luciano; otro de sus ex alumnos con los que supo consolidar un parentesco espiritual. Los recibí de su sobrino político, el Lic. Blas Coria, con el que hoy continúo la cálida amistad que supe tener durante años, con uno de los muchos ex alumnos de la señorita Tapié que con el tiempo devinieron en ciudadanos ejemplares de San Fernando .
En el libro 2, que data de agosto de 1880, se consigna que tres faltas de puntualidad en la hora de entrada habiendo perdido la primera clase, equivalen a una falta de asistencia. Las listas de los primeros años no guardan orden alfabético sino de matrícula, y en los últimos años se sigue el orden alfabético. Se nota a primera vista que, a lo largo de 48 años, escribieron en los libros de asistencia por lo menos 4 personas diferentes; siempre con una letra perfectamente clara.
Existe además un libro de registro de matrículas ascensos y retiros, de los años 1915 a 1921, adonde consta que la escuela Tapié es una escuela mixta, ubicada en Constitución 187.
Se consigna en el registro el número de orden, fecha de la matriculación; nombre del matriculado, su edad, su nacionalidad; nombre del padre o madre, o tutor o encargado; su domicilio, su profesión u ocupación ordinaria; si ha pagado o no derecho de matrícula; clase a que ingresa el matriculado; fecha en que es ascendido a la clase inmediata; clase a la que es ascendido; fecha en que el alumno se retira de la escuela y causa por la que se retira. Muchos asientos están incompletos, seguramente por falta de información de las familias. Tampoco disponemos de todos los libros, pero haciendo un breve análisis de las profesiones de los padres de los alumnos, comprobamos que representan una verdadera muestra de la vida sanfernandina de su época.
Casi todo el alumnado de la señorita Tapié provenía de familias de una incipiente clase media o que estaba en vísperas de ingresar a ella. No es extraño, porque las condiciones materiales de vida de los sectores de escasos ingresos dificultaban o impedían al acceso de muchos niños a la instrucción elemental. Los períodos de desempleo cíclico propios de una economía agro exportadora dependiente, la inestabilidad de los jornales, los altos costos de los alquileres y de los servicios urbanos y en muchos casos hasta de los alimentos; determinaban que los padres se resistieran a enviarlos a la escuela o que los retiraran luego de haber adquirido los rudimentos básicos de la lectoescritura y de la aritmética, porque necesitaban que sus hijos trabajaran para contribuir al sostenimiento familiar. La mayor parte de los niños pobres, en casi todo el país, sólo cursaban los primeros grados del sistema escolar. Desde muy temprano incursionaban en las actividades laborales, como obreros en fábricas y talleres, o como dependientes en los comercios, o en trabajos ambulantes y domiciliarios. La gran mayoría de los padres son argentinos, seguidos de cerca por los italianos, españoles, por franceses, y muy de lejos por un oriental y hasta por un ruso.
Predominan en los registros las familias de comerciantes, que son más de la mitad. Siguen los artesanos, y vale aclarar aquí que esta denominación alude a los trabajadores del dique de carena que se inauguró el 9 de enero de 1876 en el Canal de San Fernando[1].
En ese, que fue el primer dique seco del país, los artesanos carenaron buques mercantes y -dada la cercanía que había con los Talleres de Marina- por lo menos cinco buques de la Armada Argentina, que fueron los monitores gemelos El Plata y Los Andes, las bombarderas Bermejo y República y la corbeta Chacabuco.
Eran tantos los artesanos que, el 24 de diciembre de 1890, fundaron la “Sociedad Artesanos del Dique”, un concurridísimo Club social de ambiente familiar, que durante los bailes de carnaval ejercía el derecho de admisión obligando a los disfrazados a mostrar su rostro antes de ingresar y llegó a formar una Comparsa integrada por 50 músicos, que supo intervenir en los corsos con la mayor aceptación.
Pese a que, el 16 de agosto de 1878, el gobernador Carlos Tejedor firmó un decreto otorgando a Tigre la ribera norte del canal de San Fernando, la zona siguió siendo durante muchos años el centro de la actividad económica. Una enorme cantidad de changadores, peones y trabajadores por cuenta propia daban vida a los comercios e industrias, que empezaban a instalarse; los carreteros encontraban fletes con facilidad, y todos los días llegaban tropas de carretas cargadas con mercaderías destinadas al delta y al Paraguay, y volvían cargadas de cueros, plumas, yerba y otros productos que traían los barcos. En 1909 se hizo el primer empedrado de la calle Colón, que surcaba el borde del canal en dirección al río.
Algunos padres de alumnos eran jornaleros, otros empleados, carreros, carpinteros, marinos, cocheros, sastres, carniceros y agricultores. Había también un canastero, algunos isleños y figuran además en los libros otros padres sin ejercicio.
Las anotaciones de la escuela también nos permiten comprobar el arraigo de varias familias, que han permanecido en el pueblo casi 150 años. El hecho de que los niños de ambos sexos pasaran una cantidad de horas en la escuela, y otras tantas realizando las tareas escolares en sus casas reforzó entre la mayoría de los alumnos la creación de formas de sociabilidad completamente alejadas de cualquier vivencia callejera. En el aula de la señorita Tapié iniciaron su mutuo conocimiento los niños Aliverti, Ambrosoni, Archain, Arnoldi, Cacasse, Carabelli, Croce , Cuneo, De Marzi , Duclos, Guedes, Ibarra, Ipuche , Luciano, Nocetti , Palacio, Pistol, Sastre, Solari, Tasso, Vázquez; por nombrar solamente algunas de las muchas familias que le confiaron la educación de sus hijos durante varias generaciones.
El conocido periodista, Salvador Ulsina fundador del diario “La Razón”, domiciliado en la calle Constitución 574, mandó a su hijo del mismo nombre nacido en abril de 1909.
El contador Domingo Pistol, domiciliado en la calle 11 de septiembre, llevó a sus hijos Margarita, Clorinda, Armando, Adolfo y Emma.
También los fundadores de la empresa Navegación Isleña tuvieron a sus hijos en el aula de la señorita Tapié: José Luciano a sus dos hijos varones Alfredo y Darío, y su segundo socio Nicolás Ambrosoni, mandó a 7 de sus ocho hijos Palmira, Isabel, Horacio, Víctor, Eduardo y Gilda a aprender las primeras letras con ella, tal como lo había hecho él mismo hacia el año 1878. Horacio Ambrosoni que vivía a 12 cuadras de la escuela de la señorita Tapié recuerda que desde 1915 : Me trasladaba en un “carruaje” tirado por caballos, que hacía el recorrido entre la estación y la “Punta del muelle”, o sea hasta el comienzo del Canal en su unión con el río Luján. Era un coche cubierto, con ventanillas, asiento continuo en ambos laterales y al que se ascendía por una pequeña escalera trasera.
En el año 1918 ya no había escases de maestros diplomados. Habían egresado demasiados docentes. Más de 1.000 maestros y profesores normales no tenían empleo, por lo que en el orden nacional una nueva reglamentación limitó el ejercicio de la docencia en las escuelas primarias particulares de la Capital Federal exclusivamente a los maestros egresados de las escuelas normales. Entre 1874 y 1921 se graduaron 2626 maestras y solo 504 maestros varones, una proporción que se volvió aún más desigual con el correr de los años y que repercutió en la Provincia.
Pero nada de esto afectó al aula de la señorita Tapié, que murió querida y respetada por todos a los 92 años, el 24 de abril de 1944. Su pasión por la enseñanza, su humildad, modestia y sencillez, pasaron a ser cualidades asociadas al cariño que sembró en su larga vida.
Hoy una escuela especial, la Nº 501 lleva su nombre. Ofrece servicios educativos en la modalidad de educación especial -destinada a personas con discapacidades, temporales o permanentes- en los niveles de educación especial temprana, nivel inicial o jardín de educación especial y nivel primario especial, bien bajo la modalidad presencial o bien bajo la modalidad hospitalaria y domiciliaria en nivel primario y secundario.
Su tumba, en el Cementerio Municipal de San Fernando -que es muy sencilla- ha sido ha sido descripta en un minucioso trabajo por la historiadora sanfernandina María Amalia Sosa y, al cumplirse cincuenta años de su fallecimiento, fue declarada Monumento Histórico Municipal en 1993 por Ordenanza 4894 del Honorable Concejo Deliberante.
Desde entonces han pasado más de 25 años, y su memoria reclama un agradecimiento explícito por parte de las generaciones que, aunque no lo sepan, se han beneficiado con su esfuerzo.
[1] Por una ventanilla ingresaba un gran volumen de agua, llenando el dique hasta el mismo nivel del Canal, entonces se corrían las compuertas sin ninguna presión y el buque ingresaba navegando, se cerraban las compuertas y por medio de bombas extractoras se expulsaba totalmente el agua, quedando sobre apoyos, listo para la reparación.